domingo, 25 de marzo de 2007

La esfera

Miro mi mano. Sobre mi mano el mundo. Sobre los dedos la perfección de la esfera. En ella todo encerrado barrunta una salida. La mano se vence ante el peso de la historia. Pero los ojos siguen firmes.
Debajo las palabras toman cuerpo. Luchan por plasmarse con el eco de la tinta. Y dialogan con el aire, con la sangre y con las lágrimas. De esa mezcla surge la melancolía. Que se plasma sin plasmarse. Que existe sin sufrir por lograrlo. Que no sabe de principios ni finales. Se derrama suavemente para impregnar las sensaciones de las falacias mil veces recordadas. Lo consigue a pesar de la razón. Se comporta como ese galán que, técnica impecable, siempre engaña a la más guapa. Y también a la más lista. Juega con una carta marcada. La carta de lo inevitable. Él lo sabe. Ella lo sabe. Tú lo sabes. Pero no hay escapatoria, es una jugada ganadora. Del galán intentas aprender, de la melancolía te emborrachas. ¿ Y cuándo llegará la resaca ?
Malditas palabras melancólicas. Manchan la hoja de un sucio añil vetusto preñado del encanto de la eficacia. Cumplen su función con la certeza del óxido. Un nacimiento brillante para un ocaso corroído. Entre medias el vuelo del urogallo. Se eleva para ser abatido. Tampoco alcanzan mucha altura. Ni el urogallo ni las palabras. La melancolía, quién sabe. El espíritu de un hombre intenta separarse de su felonía. Pero la huída quizá sea hacia abajo. ¿ Acaso lo malo siempre tiene que colonizar las profundidades ? Pues así mal vamos los olvidados por el calcio.
Reino melancólico. Súbditas palabras. Leyes subordinadas a un estado de ánimo. Y de fondo un paisaje lunar. Como Lanzarote. ¿ Y si coges tu espada y reescribes la historia, amenazas el presente, degüellas el pasado y arrostras el futuro con las riendas de tu caballo sujetas con firmeza, la cabeza bien erguida y el semblante recio de las grandes aventuras ? No era esa la referencia. La isla. Pues ya estamos de nuevo. Reino melancólico.
Los ojos se elevan hacia la esfera. El reflejo les devuelve su inquietud. las mejillas marcadas. La nariz ancha. La barbilla que apunta insolente hacia los dedos. Y la mano que sostiene la esfera. Como cuando sostiene la pluma. El mundo, entonces, suspendido, en suspenso y con suspense. Como los relatos impregnados de melancolía. Melancolía y suspense. Una combinación que rezuma pesadumbre. ¡ Gran paradoja pues ! Un final perfectamente predecible. Una trama salpicada por la melancolía. Una aspiración al suspense. La cuadratura del círculo. El volumen de la esfera que tienes en las manos. Siempre en relación con el cilindro que la circunscribe. Arquímedes, protagonista de un relato. Y la muerte que sobrevuela su cabeza.
Sobre la tuya la esfera. Vigilando las palabras. Observando su flujo de la mente al papel. Y sorprendiéndose con la refriega. Aparecen nuevos personajes. La alegría y la esperanza. No tienen mucha fuerza. Aún no pueden con las vacas sagradas. Pero rebullen. Y el ruido despereza a los sentidos. Se espera a la furia. La que rompe los esquemas. Ruido y furia. Perfecto para un idiota que quiere recuperar el camino. Ruido y furia. Alegría y esperanza. Nostalgia y melancolía. Jinetes y caballos peleando por un hueco en la posteridad.
Escher se mantiene en el suyo. Allá arriba. Sus ojos, su mirada, su mano, su esfera, tus palabras. Un nuevo ciclo vital que intenta arrasar con la melancolía. Ésta aún se siente fuerte. Pero ya oye los clarines. Ya siente el paso de la infantería. Ya se eriza su cabellera de recuerdos sofocantes. Esta batalla la intuye perdida. Sólo falta que te lo creas tú. Que regrese la vida con sus subidas y sus bajadas. Sí, también con sus subidas. con la alegría y la esperanza.
Esa es tu esfera. La del ciclo vital que empieza. La de los ojos curiosos ante el porvenir. La del gesto esperanzado por la alegría de vivir. La de las manos abiertas al discurrir de los acontecimientos. La que sujeta Escher mientras vigila las palabras nacientes. Su rostro serio contrasta con la sonrisa del escritor. Esa sonrisa que delata un estado de ánimo. Una batalla que se inclina a tu favor. ¡ Suenen ya las trompetas ! Caerán entonces los muros de Jericó. Tras ellos, la verdad inexorable. La contenida en la sonrisa.
Sonrisas y palabras. La cuadratura del círculo. Y la esfera refleja, en lo alto, un rostro feliz.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Una salida digna

Nunca pensé que te pudieras venir abajo de esa manera. Cuando acudí en busca de tu ayuda, seducido por la firmeza de tus convicciones, jamás imaginé que tenían los pies de barro y que un par de olas arrasarían con su solidez. Ahora la solución que me planteas quizás sea tu única salida digna para este callejón en que nos hallamos. Pero antes de tomar una decisión deja que me desahogue, por favor.
Sí, lo sé, nunca creíste en el amor. Lo repetías hasta la saciedad, intentando utilizarlo como coraza para cualquier intromisión afectiva en tu ámbito intelectual. Con decir eso considerabas que tenías todo bajo control, que el poder de tus palabras domeñaría la fuerza de la pasión como la música amansa a las fieras. Que el mero hecho de negar su existencia provocaba ineludiblemente que se cumpliera tal premisa obviando que las cosas no existen porque tú lo creas, que tus axiomas no condicionan el mundo exterior pero en cierta manera sí que te condenan a ti.
Realmente nunca entendí qué te llevó a sostener esa sentencia. La vida tampoco te había tratado tan mal en ese aspecto o al menos te trató como tú misma la empujaste a que lo hiciera. La excusa de los desengaños sólo sirve a los mediocres que se pierden entre las raíces, puesto que sólo se deja de creer en lo que no existe, no en aquello que nos hace sufrir por la intensidad de sus certezas. En ese caso no se cae en el escepticismo sino en el miedo, en el temor a no poder controlarlo, el pánico a que se escape de las manos como el agua de mar que ingenuamente se recoge para endurecer los muros del castillo y que al llegar junto a la construcción ha desaparecido entre los dedos.
Imagino que a eso te referías con tu afirmación. En realidad temías que el amor terminara por dominarte, que se convirtiera en el motor de tus decisiones, que perdieras ese halo superior de independencia tan irreal que únicamente servía para engañarte. Y ese pánico te impedía comprender y disfrutar los aspectos mágicos de ese estado letárgico y maravilloso donde ves con unos ojos extraños, oyes gracias a unos oídos distintos y sientes a través de una piel diferente.
Yo sin embargo no podía sustraerme de esos encantos, bien que lo intentaba, luchaba encarecidamente por escapar del capricho, del detalle sutil, de la sonrisa franca, pero no tenía tu fuerza, al menos la fuerza que te suponía y que ahora te ha abandonado abocándonos a un final dramático. Quizá sea el motivo de mi decepción, que hayas menospreciado sistemáticamente mi debilidad, socavando de continuo cada pequeña alegría en aras de la seguridad propia, limitando las posibilidades de felicidad por ínfimas que fueran para acabar a los pies de los caballos, conquistado por su fuerza en el peor momento y con las condiciones más adversas.
¿ De qué te sirve ahora esa actitud defensiva ? Tan solo te ha evitado historias fantásticas, experiencias enriquecedoras y seguramente cotas superiores de felicidad. ¿ Hipotecado todo por prevenir un desenlace indeseado ? Me recuerda al pobre infeliz que no quiere viajar porque luego el regreso a la rutina producirá un mayor sufrimiento que prefiere ahorrarse. Así te comportabas tú, timorata ante el amor por miedo al desamor. Y yo aceptando tus decisiones tras tragarme mi orgullo, esconder los sentimientos y actuar con una frialdad que no sentía. Todo para acabar de este modo.
En el fondo debería sentirme satisfecho de un final así que reafirma lo que yo venía sospechando, que mis argumentos tienen mayor peso que los tuyos, que mi propia verdad es mil veces más valiosa que la tuya, que las decisiones basadas en mi criterio nos transportan a la felicidad en primera clase mientras que tus preceptos viajan en turista. Pero no puedo soslayar que tu fracaso ha provocado el mío también, que las heridas abiertas ya no cicatrizan igual y que quizá me he sustentado estos últimos tiempos en tu firmeza para no admitir que el sufrimiento socavaba mis cimientos y que ya no tengo claro si me mantengo de pie, levito sobre el suelo o simplemente le echo un pulso a la gravedad que sonríe ante mi atrevimiento contando los segundos que restan hasta mi derrumbamiento.
En realidad estoy siendo injusto contigo, se ha adueñado de mi frustración ese maniqueísmo tan antiguo que sostenía que las decisiones entre nosotros no pueden ser consensuadas, que uno de los dos debía salir victorioso arrastrando las razones del derrotado como el torrente se lleva las ramitas caídas en el cauce cuando la realidad se obstina en contradecir tal adagio, cuando somos simples marionetas en este juego de amar y ser amados que te coloca sobre un tablero saturado de fichas y dados, sin reglas ni normas establecidas y espera que tomes las riendas de tu partida, esas riendas que son los hilos que sujetan la marioneta y por tanto jamás puede uno mismo controlar, si acaso te ahorcan en el intento de levantar la cabeza para descubrir al titiritero.
Y esa es la solución que me propones tras sucumbir a tu propia negligencia. Siempre sospeché que detrás de tanta convicción se escondía la debilidad asustada ante el golpe de gracia, esa fragilidad temerosa de encontrar la horma de su zapato, pero no imaginaba que, desnuda la realidad, tu solución se reduciría a desaparecer. Quizá sea el único remedio a la destrucción de los valores, una vez todo el andamiaje se viene abajo la salida digna es marcharse tras pedir perdón y reconocer que uno estaba equivocado. Pero eso es comprensible tratando sobre leyes físicas, sobre teorías científicas que existen para ser superadas, para que un estudio posterior demuestre que el mundo hasta entonces había sido erróneamente explicado y se jacte de una verdad que durará hasta el siguiente congreso, no, se trata del amor, ese inmenso ave que sobrevuela nuestra dimensión batiendo las alas con un ritmo acompasado, gorjeando satisfecho y variando su dirección según el capricho del Viento, así con mayúsculas, esa fuerza superior que tira los dados del juego, que maneja los hilos, que empuja al ave a tomar tierra o a coquetear con las nubes pero jamás le permite descanso. Y en el amor se lucha. Ahora que has sucumbido a sus encantos y todos tus razonamientos pierden fuerza uncidos por la sencillez de los sentimientos, ahora que me cedes el protagonismo, el cual quizá jamás hube de entregarte, pues reconoces que no te sabes manejar bien en ausencia de la lógica, ahora que las neuronas que te componen y dan forma chocan violentamente con un cosmos abandonado a la suerte de los poetas, los quiméricos y los desolados, ahora es cuando deberías presentar batalla pero no te atreves, cuando deberías pelear por esa persona amada hasta la extenuación mas te rindes sin impulso rebelde alguno, cuando mucho más amargo que no sentirse correspondido sería salir derrotado por el miedo al rechazo, al fracaso, a la decepción, si bien tú prefieres la amargura.
Y entonces quieres morir, morir de desamor, me propones que nos vayamos con la música a otra parte, que una dosis suficiente de pastillas termine con esta preocupación. Esa es tu salida digna, elegante, la más pensada y racional de cuantas has sopesado según tus palabras. Para esto sí me pides opinión. Imagino que será porque el primero en sufrir con la sobredosis seré yo, que comenzare a fibrilar hasta que no soporte más y mis fibras musculares se colapsen pudiendo llegar a romperme por la mitad. Entonces dejaré de bombear sangre y ahí llegará tu final, dulce, sosegado, tus neuronas apagándose por falta de riego, como el atardecer que se despide del sol, pero en este caso sin esperar un reencuentro al alba.
Quizá sea esa metáfora que tanto llevas buscando, un final con el corazón partido en dos y la mente extinguiéndose en la lejanía.

sábado, 3 de marzo de 2007

Madrugada en la línea 2

No suelo contar anécdotas personales en este blog ( si dejamos a un lado que esta bitácora es en sí una gran anécdota ) pero esta noche he vivido una experiencia que es preciso que transmita.
Volvía yo en el autobús nocturno de la línea 2 de metro ( el cual por cierto sólo llega hasta Ventas a pesar de que el metro de La Elipa lleva abierto ya quince días, misterios de la gestión política ) después de una velada muy agradable a pesar de mis dolencias físicas ( bueno, y de sufrir los inconvenientes del bricolaje interprovincial ), cuando en la calle Gran Vía se ha subido un hombre al que echo unos cuarenta años, metro ochenta, rostro afable, ademanes nerviosos algo amanerados y la sensación de no saber muy bien si tomaba la dirección adecuada. Tras preguntar al conductor si pasaba por la calle O´Donnell y no quedar excesivamente convencido con la respuesta, se ha sentado en el asiento anterior al mío, se ha girado y me ha interpelado.
- ¿ De dónde viene este autobús, girando donde ha girado ?
- Viene por San Bernardo, su inicio está en Cuatro Caminos.
El hombre ha asentido con la cabeza, mirando hacia adelante y jugueteando con un papel entre los dedos que, en una mirada rápida, me ha dado la impresión de ser un plano del metro ( cerrado, por supuesto, que si hubiera estado abierto no iba yo tan borracho como para no haberlo reconocido ). De inmediato ha vuelto a girarse hacia mí y, con una voz queda que me costaba oír por el traqueteo del vehículo, ha iniciado el diálogo que os relato a continuación :
- ¿ Y a ti te merece la pena ?
- ¿ Perdón ?
- Si te merece la pena volver a estas horas.
Recuperado de la sorpresa y pensando que iba a escuchar un discurso de buenas costumbres aderezado con sentencias morales ( el otro día me entraron dos señoras de los testigos de Jehová que me dieron candela y cada vez que se me acerca alguien desconocido ya erizo el lomo como los perros apaleados ) he intentado ser cortés.
- No lo suelo hacer a menudo.
- Ya pero ahora ya no descansas y mañana pierdes el día, ¿ no ?
- Al ser una cosa esporádica...
- Porque tú, por ejemplo, ¿ a qué hora te levantarás mañana ?
- Pues seguramente a la de siempre, sobre las nueve y media.
He obviado decir que todo esto ocurría alrededor de las cinco de la mañana. En ese momento el hombre ha pensado que había encontrado un filón.
- ¿ Me puedo sentar a tu lado ? Es que me apetece hablar...
- Por supuesto.
Me he hecho a un lado para dejarle pasar puesto que yo ocupaba el asiento de pasillo al tiempo que pensaba " a ver dónde acaba todo esto ". Tras sentarse a mi vera en un lapso de tiempo imperceptible que me ha creado la duda de que tuviera el don de atravesar los cuerpos inertes ( y temer qué no haría con el mío ) ha continuado con lo que ya era un interrogatorio manifiesto.
- ¿ Y eso ?
- Bueno, soy algo insomne y me cuesta salir de los horarios de costumbre.
- Vaya por Dios, eso debe de ser terrible.
- Bueno, a todo se acostumbra uno...
- ¿ Te pasa desde hace mucho ?
- Casi toda la vida.
- ¿ También de pequeño ? Eso es más extraño. ¿ Y cuánto duermes ?
- No es tanto el número de horas como el hecho de despertarme a menudo.
- Pero, ¿ cuántas horas serían entonces ?
- No sé, siete u ocho...la verdad es que así dicho duermo un huevo - y me he sentido tan gilipollas como en el sketch de Faemino y Cansado del psiquiatra y el insomne salvacorderos - pero es porque me levanto tarde por los horarios de trabajo.
Toma salida, ahí se ha notado la ayudita de Johnnie Walker.
- ¡ Ah ! ¿ Trabajas ? ¿ Ya no estudias ?
Esa pregunta me ha reconfortado al intuir que el hombre me suponía menos años de los que tengo realmente.
- No.
- Ya se te pasó el momento.
Y ahí se me ha ido la alegría al garete al reparar en la carga de profundidad que llevaba la frasecita, lo cual me ha dejado ciertamente aturdido y el hombre ha continuado.
- ¿ En qué trabajas ?
- Soy fisioterapeuta.
- ¡ Ah ! Te pasas el día...
Acompañando las palabras con el gesto de masajear con las manos.
- Sí, toqueteando brazos y piernas tullidos.
Iba a decir miembros pero como todavía no sabía de qué iba la vaina, me he cuidado muy mucho de utilizar vocabulario susceptible de equívocos. Porque mientras la conversación seguía su curso, el hombre miraba hacia todos lados como los perrillos de las praderas cuando salen de sus guaridas y temen la aparición de un coyote hambriento. De hecho en algunos momentos he considerado que no me estaba escuchando, lo cual, dada mi falta de autoestima actual me ha llevado a pensar que ya aburro hasta a los frikis.
- Claro, ahora eso está de moda.
- Bueno, trabajo hay pero el boom fue hace ya tiempo.
- Hombre, con la cantidad de gente que practica ahora deporte...
Y ya puestos a aburrirle, le he soltado el "speach" del tipo de clientela que suele acudir a nuestros servicios, con lo que el hombre me ha cortado y ya ha ido al grano.
- ¿ Y estás contento con lo que ganas ?
- Bueno, uno nunca está satisfecho con su sueldo...
- ¿ Cuánto ganas ?
He visto al tío bajándose en mi parada y despellejándome para quedarse con mis pocos eurillos y me ha entrado el tembleque, pero me he gustado y he optado por aguantar el tipo.
- Depende del volumen de trabajo.
- ¿ De qué horquilla hablamos ?
Ayyy...
- Pues no sé, entre 1200 y 2000.
- No está mal...ah, pero serás autónomo.
- Sí, de ahí la variabilidad.
- Claro, entonces no cobras extras ni vacaciones...
- Esa es la gran trampa.
- ¡ Qué chungo entonces !
En ese momento hemos entrado en O´Donnell y el hombre, disculpándose, ha aparecido junto a la puerta de bajada con la misma velocidad que se había sentado confirmándome que no se regía por las leyes físicas de este mundo.
- Tío, lo siento, me tengo que marchar, espero que duermas bien.
- No lo creo.
Estoy tan metido en el rollo negativismo que me ha salido del alma, aunque luego me he avergonzado de intentar despertar lástima en un desconocido. Me lo tengo que hacer mirar...
- Date una ducha bien caliente cuando llegues, eso te relajará.
He pensado que más bien me la tenía que dar fría, pero esa es otra historia. Aun así me ha hecho sonreír.
- ¿ Haces deporte ?
- Sí, juego al fútbol.
- Mira, eso te sirve para llegar cansado.
- No, si ya he probado todos los métodos. Supongo que es una cuestión de tensión emocional, estás nervioso y la cabeza trabaja en exceso, con lo que no te relajas.
- Enhorabuena, tío, me alegro de que tengas tan claros los motivos de tu insomnio.
- Ahora hay que buscarles remedio.
- Mira, lo mejor que puedes hacer es buscarte pareja y dormir con ella.
Y con esa última frase lapidaria se ha bajado. Toma ya. Así que en un momentito, lo que tarda un autobus en recorrer Gran Vía y Alcalá, el hombre ha diseccionado mi espíritu con pulso de cirujano.
Y lo jodido es que encima me sonaba su cara vagamente...