domingo, 16 de septiembre de 2007

Volverás a Hontanazor

Sirva parafrasear a Benet como saludo y a la vez deseo después de estos meses de silencio literario. En efecto, por diversos motivos Hontanazor ha estado en vigilia pero promete volver por sus fueros, máxime cuando ha sido amenazado con desaparecer de la lista de favoritos de algunos de sus habituales visitantes. Si tenemos en cuenta que en google no aparece su dirección a pesar de no haber ninguna otra entrada con nombre parecido, el problema podría ser acuciante, vamos, que podría caer en el peor de los escenarios, el olvido.
En esta etapa habrá hueco para, sin abandonar el carácter literario que motivó su nacimiento, aumentar su ámbito de actuación y para ello estoy estudiando la introducción de fotografías o el cobro de una tasa ( total, si en Croacia te cobran por autopistas de peaje que aún no están hechas por qué no voy yo a lucrarme con una página gratuita ) si bien esto último, aún siendo ciertamente apetecible, no lo veo sencillo de materializar ( no os voy a mentir, no soy capaz de meter fotos, así que imaginaos...). En cualquier caso he organizado las entradas bajo etiquetas comunes para mayor facilidad en su localización ( creo que ese es su objetivo ) y estoy trabajando en la creación de nuevas trilogías.
Siempre me ha resultado indescifrable el misterio de la estadística. Sé que es una herramienta muy útil para un montón de actividades relacionadas con la organización, la distribución, la publicidad o el consumo, pero yo no entiendo cómo le pueden dar valor a sus conclusiones. Y me voy a explicar. Resulta que existe una probabilidad entre catorce millones de que te toque la primitiva y una entre cincuenta y siete millones de que ganes el euromillón. Se conocen cien casos en el mundo de linfodermatitis seborreica atópica infraescrotal, lo cual si tomamos seis mil millones como cifra de habitantes de la tierra, da una cifra de sesenta millones contra uno la probabilidad de tener ese maldito grano en los huevos. Bueno, pues de tocarte te toca el grano. Fijo.
Y si no me creéis, echad la cuenta de todas aquellas personas que conocéis que tienen una enfermedad de esas rarísimas de las que sólo hay ocho casos más en todo el planeta y comparadla con los que conocéis que se hayan forrado con la lotería. Pues eso es la estadística.
Viene esto a colación de que este verano se han quedado sin vacaciones más de la mitad de los españoles. Sabiendo eso y que yo nunca he sido Marco Polo, ¿ cuál creéis que era la probabilidad de que yo hubiera viajado en el estío ? Pues otro dato más para defenestrar a la estadística. De hecho he estado cerquita de la que se acepta como patria de tan insigne viajero, la isla de Korkula, y no parece muy descabellada la pronta publicación de una trilogía croata que responderá al sugerente nombre de "Aventuras en la Frasca"...
Espero que todas las experiencias recogidas sirvan para revitalizar el blog y que con las nuevas historias e historietas disfrutéis y, esa puede ser otra de las grandes novedades, os riáis mucho. Un abrazo desde Hontanazor.

lunes, 25 de junio de 2007

La maldición de la perdiz

Llegábamos a la tierra de Pizarro sin la sospecha de que marcaría nuestro destino. Nuestros pasos remontaban las calles al encuentro del castillo, hierática figura en el horizonte de la tierra extremeña, descubriendo rincones de aséptica belleza. La mirada se perdía entre las nubes para recabar en el perfil adolescente de la nueva compañía. Chispas de satisfacción, chispas de ilusión. El paseo aligeraba los estómagos y reconfortaba los espíritus. Entramos en el restaurante deseosos de calmar el hambre, prolongar el éxtasis, someter al propio deseo. Pero tú pediste perdiz. Y el destino falló en nuestra contra.
El viejo cogollo de la ciudad, patrimonio de la humanidad, con sus callejas estrechas y sus rincones encantadores se iba quedando en penumbra según el sol saludaba otras latitudes. Con la oscuridad también crecía tu desasosiego, tu malestar físico, el germen de la agonía. Y decidiste escapar de sus penurias. Pero esa huida tuviste que hacerla sola, no hubo abrazo comprensivo, la soledad adueñada de tu cuarto en la pensión. Pasaste miedo, angustia, desesperanza, sobre todo decepción. Mi regreso no calmó esas sensaciones, más bien al contrario.
El día siguiente fue largo en la capital extremeña. El puente sobre el Guadiana mostraba unos ojos velados por el agua, tu reflejo en su milenaria silueta. El teatro, el circo, las villas, los templos...se disputaban tu tristeza y la duda razonable. Tu cuerpo seguía con su batalla mientras la cabeza sufría con la suya. Amplios mosaicos de colores entrelazados componiendo una imagen indeseada.
El tiempo desplegó sus alas polvorientas y nos encontró de nuevo sobre el puente, muerte del Tajo esta vez, regalando nuestra vista con los planos superpuestos de los abigarrados barrios de Lisboa. Ciudad portuaria, puerta de entrada a un mundo nuevo, tu cuerpo y el mío sabiéndose uno. Sus calles empinadas revelaban secretos de alcoba mientras mis dedos ensortijaban tu pelo ondeando con la brisa de la costa. Esos pasos sobre el alambre de la muralla sortearon la caída al vacío que no supo, más adelante, evitar nuestro mundo.
La procesión tras los troncos por la carretera de montaña preludió nuestra llegada a la universidad más antigua de Portugal. De nuevo entonces se rebelaron tus entrañas y hubimos de hacerles caso, no sin porfiar antes por su conveniencia. Largas horas de espera en una ciudad sin noche, en una noche sin música, en una música desacompasada. El sueño interrumpido por el paso del tren y los ladridos indignados del cachorro abandonado nos devolvieron a la vida diaria de esperanzas y rutinas.
No queríamos caldo pero tomamos dos tazas, la tercera quedó para un futuro ahora oscurecido. LLegaba después del desencuentro de la playa, morros tú, concha yo, largos paseos bajo el sol abrasador de la lucha de poder. Y las dudas viajaban a casi doscientos por la autopista, el pánico en tu cara reflejado y mi indecisión envuelta en las olas del Atlántico. Tacita de plata, gambas de Sanlúcar, pescaíto en Romerijo endulzando el viaje que, finalmente, no tuvo parada en el sur adonde volveríamos celebrando nuestras victorias sobre el tiempo.
Como la lograda ante Medina Azahara, ruinas majestuosas de un pasado milenario, demostración ostentosa del lujo y la pasión cabalgando a lomos de nuestros mejores días. A orillas del Guadalquivir sellamos nuestros deseos de eternidad, la estampa de la Mezquita y la alcazaba dominando la firma y dando fe de la solemnidad del momento, los viejos molinos en el río esperando una corriente que entonces nos llevaba en volandas, miradas cómplices y sonrisas felices.
Volvimos a traspasar las fronteras del país, esta vez al norte, amplios bosques rodeando las carreteras y playas defendidas por refugios de la última guerra global. Los compañeros de escapada, mezcla de regiones, intercambio de experiencias, caldo de cultivo para las noches de tertulia, nos mostraron las dificultades de los espacios compartidos. Ellos en esa ocasión, los míos en muchas otras, realzando tu interacción en mi vida, manifestando la disparidad de criterios en la visión social que separarían nuestros caminos. Desde lo alto del monte Igueldo la playa de la Concha reflejaba el sol del mediodía sobre esas aguas del color de tus ojos y la imaginación se perdía en parajes ultramarinos.
Cruzamos ese océano levemente para alcanzar las islas afortunadas, la más negra de esas islas, la menos afortunada de las ocasiones, un pie arrastrado y una frustración ahogada en mañanas sobre las cenizas bañadas por las olas, tardes de excursión a las cuevas excavadas por lava ardiente que se apagaba al unísono de nuestros corazones y noches de refugio en nuestro pequeño apartamento para no gastar lo que no teníamos o lo que queríamos conservar más allá de las pulsiones. Los escorzos selenitas del Timanfaya callaron pesarosos entonces mientras calmábamos nuestras pieles enrojecidas por el sol con aloe y pretendíamos perpetuarnos en las semillas sustraídas cuyos brotes acabarían siendo pasto inverosímil de los gatos.
Entre medias reímos, intimamos, disfrutamos en ese ramillete errante anual que nos llevaba ilusionados ora a degustar vinos persiguiendo escurridizos dinosaurios, ora a deslizarnos con el agua juguetona a través de monasterios de piedras y silencios, ora a conquistar la serranía negra con sus vados, ora a imitar a Carlos I entre cerezos en flor y pimentones picantes, ora a solazarnos con el nacimiento de ese río que habíamos visto morir en Lisboa, ora, por supuesto, como mágico recurrente en nuestra relación, a perdernos por esos bosques abrazados al Ebro y sus molinos, sus mariposas y sus tumbas, sus chuletones y sus iglesias naturales, sus abubillas y sus lirones, sus espectros y sus vacas, imágenes rasgadas con el tiempo...
Y llegó Granada. Crueles cuestas de destinos encontrados que nos elevaban en la espiral de viejas sensaciones y obstinados sentimientos, que nos hundían en el abismo de cercanías desgastadas y hábitos viciados, que nos mostraban una Alhambra colmada de ornamentos pero sin reyes en su interior, Albaicín tomado por los turistas cuyo espíritu flotaba en el mirador mientras San Nicolás negaba con la cabeza toda esperanza. Y llegó Cuenca, casas sujetas por los filamentos que barruntaban el vacío, precipicios que cursaban invitaciones con nuestro nombre y que no fuímos capaces de rechazar, zarajos de nuestras entrañas rodeando los sarmientos que nos mantenían erguidos a duras penas.
Fue entonces cuando la perdiz se posó en esa plaza de soportales y balconadas, en ese castillo vigilando la llanura madrileña, en esas cuevas de vinos afrutados y sentimos que su maldición estaba cercana a cumplirse. Rompimos desesperados nuestro silencio intentando ahuyentarla, no sabíamos bien si a la maldición o a la perdiz, pero ya era demasiado tarde. Con su aleteo acompañaba las lágrimas de la despedida como los delfines escoltan los veleros en sus singladuras.
Tu aversión por las aves encontraba justificación al fin y al cabo y sucumbimos a la maldición sintiéndonos infinitamente desdichados.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Nuestro rincón

¿ Dónde sino en el silencio oirías sublimes melodías ?
¿ Dónde sino en la tormenta hallarías un rayo de esperanza ?
¿ Dónde sino en el ocaso buscarías un nuevo amanecer ?
¿ Dónde sino en la sequía saciarías la sed de justicia ?
¿ Dónde sino en el desastre presenciarías los actos más nobles ?
¿ Dónde sino en la amargura paladearías un sabor exquisito ?
¿ Dónde sino en el desorden encontrarías todas las piezas ?
¿ Dónde sino en la calumnia brillaría la verdad desnuda ?
¿ Dónde sino en el estruendo sedarías los oídos maltratados ?
¿ Dónde sino en la tragedia alimentarías el optimismo ?
¿ Dónde sino en el infierno crepitaría de nuevo la llama ?
¿ Dónde sino en la muerte nacerías a otra existencia ?
¿ Dónde sino en el destierro sentirías la mano amiga ?
¿ Dónde sino en la entropía llegarías al equilibrio ?
¿ Dónde sino en el pecado encontrarías la redención absoluta ?
¿ Dónde sino en la desgracia mantendrías tu cálida sonrisa ?
¿ Dónde sino en el vacio surgiría tu figura divina ?
¿ Dónde sino en la vigilia verías tus sueños realizados ?
¿ Dónde sino en tu mirada guardarías mi alegría ?
¿ Dónde, pues, dime dónde ?

domingo, 25 de marzo de 2007

La esfera

Miro mi mano. Sobre mi mano el mundo. Sobre los dedos la perfección de la esfera. En ella todo encerrado barrunta una salida. La mano se vence ante el peso de la historia. Pero los ojos siguen firmes.
Debajo las palabras toman cuerpo. Luchan por plasmarse con el eco de la tinta. Y dialogan con el aire, con la sangre y con las lágrimas. De esa mezcla surge la melancolía. Que se plasma sin plasmarse. Que existe sin sufrir por lograrlo. Que no sabe de principios ni finales. Se derrama suavemente para impregnar las sensaciones de las falacias mil veces recordadas. Lo consigue a pesar de la razón. Se comporta como ese galán que, técnica impecable, siempre engaña a la más guapa. Y también a la más lista. Juega con una carta marcada. La carta de lo inevitable. Él lo sabe. Ella lo sabe. Tú lo sabes. Pero no hay escapatoria, es una jugada ganadora. Del galán intentas aprender, de la melancolía te emborrachas. ¿ Y cuándo llegará la resaca ?
Malditas palabras melancólicas. Manchan la hoja de un sucio añil vetusto preñado del encanto de la eficacia. Cumplen su función con la certeza del óxido. Un nacimiento brillante para un ocaso corroído. Entre medias el vuelo del urogallo. Se eleva para ser abatido. Tampoco alcanzan mucha altura. Ni el urogallo ni las palabras. La melancolía, quién sabe. El espíritu de un hombre intenta separarse de su felonía. Pero la huída quizá sea hacia abajo. ¿ Acaso lo malo siempre tiene que colonizar las profundidades ? Pues así mal vamos los olvidados por el calcio.
Reino melancólico. Súbditas palabras. Leyes subordinadas a un estado de ánimo. Y de fondo un paisaje lunar. Como Lanzarote. ¿ Y si coges tu espada y reescribes la historia, amenazas el presente, degüellas el pasado y arrostras el futuro con las riendas de tu caballo sujetas con firmeza, la cabeza bien erguida y el semblante recio de las grandes aventuras ? No era esa la referencia. La isla. Pues ya estamos de nuevo. Reino melancólico.
Los ojos se elevan hacia la esfera. El reflejo les devuelve su inquietud. las mejillas marcadas. La nariz ancha. La barbilla que apunta insolente hacia los dedos. Y la mano que sostiene la esfera. Como cuando sostiene la pluma. El mundo, entonces, suspendido, en suspenso y con suspense. Como los relatos impregnados de melancolía. Melancolía y suspense. Una combinación que rezuma pesadumbre. ¡ Gran paradoja pues ! Un final perfectamente predecible. Una trama salpicada por la melancolía. Una aspiración al suspense. La cuadratura del círculo. El volumen de la esfera que tienes en las manos. Siempre en relación con el cilindro que la circunscribe. Arquímedes, protagonista de un relato. Y la muerte que sobrevuela su cabeza.
Sobre la tuya la esfera. Vigilando las palabras. Observando su flujo de la mente al papel. Y sorprendiéndose con la refriega. Aparecen nuevos personajes. La alegría y la esperanza. No tienen mucha fuerza. Aún no pueden con las vacas sagradas. Pero rebullen. Y el ruido despereza a los sentidos. Se espera a la furia. La que rompe los esquemas. Ruido y furia. Perfecto para un idiota que quiere recuperar el camino. Ruido y furia. Alegría y esperanza. Nostalgia y melancolía. Jinetes y caballos peleando por un hueco en la posteridad.
Escher se mantiene en el suyo. Allá arriba. Sus ojos, su mirada, su mano, su esfera, tus palabras. Un nuevo ciclo vital que intenta arrasar con la melancolía. Ésta aún se siente fuerte. Pero ya oye los clarines. Ya siente el paso de la infantería. Ya se eriza su cabellera de recuerdos sofocantes. Esta batalla la intuye perdida. Sólo falta que te lo creas tú. Que regrese la vida con sus subidas y sus bajadas. Sí, también con sus subidas. con la alegría y la esperanza.
Esa es tu esfera. La del ciclo vital que empieza. La de los ojos curiosos ante el porvenir. La del gesto esperanzado por la alegría de vivir. La de las manos abiertas al discurrir de los acontecimientos. La que sujeta Escher mientras vigila las palabras nacientes. Su rostro serio contrasta con la sonrisa del escritor. Esa sonrisa que delata un estado de ánimo. Una batalla que se inclina a tu favor. ¡ Suenen ya las trompetas ! Caerán entonces los muros de Jericó. Tras ellos, la verdad inexorable. La contenida en la sonrisa.
Sonrisas y palabras. La cuadratura del círculo. Y la esfera refleja, en lo alto, un rostro feliz.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Una salida digna

Nunca pensé que te pudieras venir abajo de esa manera. Cuando acudí en busca de tu ayuda, seducido por la firmeza de tus convicciones, jamás imaginé que tenían los pies de barro y que un par de olas arrasarían con su solidez. Ahora la solución que me planteas quizás sea tu única salida digna para este callejón en que nos hallamos. Pero antes de tomar una decisión deja que me desahogue, por favor.
Sí, lo sé, nunca creíste en el amor. Lo repetías hasta la saciedad, intentando utilizarlo como coraza para cualquier intromisión afectiva en tu ámbito intelectual. Con decir eso considerabas que tenías todo bajo control, que el poder de tus palabras domeñaría la fuerza de la pasión como la música amansa a las fieras. Que el mero hecho de negar su existencia provocaba ineludiblemente que se cumpliera tal premisa obviando que las cosas no existen porque tú lo creas, que tus axiomas no condicionan el mundo exterior pero en cierta manera sí que te condenan a ti.
Realmente nunca entendí qué te llevó a sostener esa sentencia. La vida tampoco te había tratado tan mal en ese aspecto o al menos te trató como tú misma la empujaste a que lo hiciera. La excusa de los desengaños sólo sirve a los mediocres que se pierden entre las raíces, puesto que sólo se deja de creer en lo que no existe, no en aquello que nos hace sufrir por la intensidad de sus certezas. En ese caso no se cae en el escepticismo sino en el miedo, en el temor a no poder controlarlo, el pánico a que se escape de las manos como el agua de mar que ingenuamente se recoge para endurecer los muros del castillo y que al llegar junto a la construcción ha desaparecido entre los dedos.
Imagino que a eso te referías con tu afirmación. En realidad temías que el amor terminara por dominarte, que se convirtiera en el motor de tus decisiones, que perdieras ese halo superior de independencia tan irreal que únicamente servía para engañarte. Y ese pánico te impedía comprender y disfrutar los aspectos mágicos de ese estado letárgico y maravilloso donde ves con unos ojos extraños, oyes gracias a unos oídos distintos y sientes a través de una piel diferente.
Yo sin embargo no podía sustraerme de esos encantos, bien que lo intentaba, luchaba encarecidamente por escapar del capricho, del detalle sutil, de la sonrisa franca, pero no tenía tu fuerza, al menos la fuerza que te suponía y que ahora te ha abandonado abocándonos a un final dramático. Quizá sea el motivo de mi decepción, que hayas menospreciado sistemáticamente mi debilidad, socavando de continuo cada pequeña alegría en aras de la seguridad propia, limitando las posibilidades de felicidad por ínfimas que fueran para acabar a los pies de los caballos, conquistado por su fuerza en el peor momento y con las condiciones más adversas.
¿ De qué te sirve ahora esa actitud defensiva ? Tan solo te ha evitado historias fantásticas, experiencias enriquecedoras y seguramente cotas superiores de felicidad. ¿ Hipotecado todo por prevenir un desenlace indeseado ? Me recuerda al pobre infeliz que no quiere viajar porque luego el regreso a la rutina producirá un mayor sufrimiento que prefiere ahorrarse. Así te comportabas tú, timorata ante el amor por miedo al desamor. Y yo aceptando tus decisiones tras tragarme mi orgullo, esconder los sentimientos y actuar con una frialdad que no sentía. Todo para acabar de este modo.
En el fondo debería sentirme satisfecho de un final así que reafirma lo que yo venía sospechando, que mis argumentos tienen mayor peso que los tuyos, que mi propia verdad es mil veces más valiosa que la tuya, que las decisiones basadas en mi criterio nos transportan a la felicidad en primera clase mientras que tus preceptos viajan en turista. Pero no puedo soslayar que tu fracaso ha provocado el mío también, que las heridas abiertas ya no cicatrizan igual y que quizá me he sustentado estos últimos tiempos en tu firmeza para no admitir que el sufrimiento socavaba mis cimientos y que ya no tengo claro si me mantengo de pie, levito sobre el suelo o simplemente le echo un pulso a la gravedad que sonríe ante mi atrevimiento contando los segundos que restan hasta mi derrumbamiento.
En realidad estoy siendo injusto contigo, se ha adueñado de mi frustración ese maniqueísmo tan antiguo que sostenía que las decisiones entre nosotros no pueden ser consensuadas, que uno de los dos debía salir victorioso arrastrando las razones del derrotado como el torrente se lleva las ramitas caídas en el cauce cuando la realidad se obstina en contradecir tal adagio, cuando somos simples marionetas en este juego de amar y ser amados que te coloca sobre un tablero saturado de fichas y dados, sin reglas ni normas establecidas y espera que tomes las riendas de tu partida, esas riendas que son los hilos que sujetan la marioneta y por tanto jamás puede uno mismo controlar, si acaso te ahorcan en el intento de levantar la cabeza para descubrir al titiritero.
Y esa es la solución que me propones tras sucumbir a tu propia negligencia. Siempre sospeché que detrás de tanta convicción se escondía la debilidad asustada ante el golpe de gracia, esa fragilidad temerosa de encontrar la horma de su zapato, pero no imaginaba que, desnuda la realidad, tu solución se reduciría a desaparecer. Quizá sea el único remedio a la destrucción de los valores, una vez todo el andamiaje se viene abajo la salida digna es marcharse tras pedir perdón y reconocer que uno estaba equivocado. Pero eso es comprensible tratando sobre leyes físicas, sobre teorías científicas que existen para ser superadas, para que un estudio posterior demuestre que el mundo hasta entonces había sido erróneamente explicado y se jacte de una verdad que durará hasta el siguiente congreso, no, se trata del amor, ese inmenso ave que sobrevuela nuestra dimensión batiendo las alas con un ritmo acompasado, gorjeando satisfecho y variando su dirección según el capricho del Viento, así con mayúsculas, esa fuerza superior que tira los dados del juego, que maneja los hilos, que empuja al ave a tomar tierra o a coquetear con las nubes pero jamás le permite descanso. Y en el amor se lucha. Ahora que has sucumbido a sus encantos y todos tus razonamientos pierden fuerza uncidos por la sencillez de los sentimientos, ahora que me cedes el protagonismo, el cual quizá jamás hube de entregarte, pues reconoces que no te sabes manejar bien en ausencia de la lógica, ahora que las neuronas que te componen y dan forma chocan violentamente con un cosmos abandonado a la suerte de los poetas, los quiméricos y los desolados, ahora es cuando deberías presentar batalla pero no te atreves, cuando deberías pelear por esa persona amada hasta la extenuación mas te rindes sin impulso rebelde alguno, cuando mucho más amargo que no sentirse correspondido sería salir derrotado por el miedo al rechazo, al fracaso, a la decepción, si bien tú prefieres la amargura.
Y entonces quieres morir, morir de desamor, me propones que nos vayamos con la música a otra parte, que una dosis suficiente de pastillas termine con esta preocupación. Esa es tu salida digna, elegante, la más pensada y racional de cuantas has sopesado según tus palabras. Para esto sí me pides opinión. Imagino que será porque el primero en sufrir con la sobredosis seré yo, que comenzare a fibrilar hasta que no soporte más y mis fibras musculares se colapsen pudiendo llegar a romperme por la mitad. Entonces dejaré de bombear sangre y ahí llegará tu final, dulce, sosegado, tus neuronas apagándose por falta de riego, como el atardecer que se despide del sol, pero en este caso sin esperar un reencuentro al alba.
Quizá sea esa metáfora que tanto llevas buscando, un final con el corazón partido en dos y la mente extinguiéndose en la lejanía.

sábado, 3 de marzo de 2007

Madrugada en la línea 2

No suelo contar anécdotas personales en este blog ( si dejamos a un lado que esta bitácora es en sí una gran anécdota ) pero esta noche he vivido una experiencia que es preciso que transmita.
Volvía yo en el autobús nocturno de la línea 2 de metro ( el cual por cierto sólo llega hasta Ventas a pesar de que el metro de La Elipa lleva abierto ya quince días, misterios de la gestión política ) después de una velada muy agradable a pesar de mis dolencias físicas ( bueno, y de sufrir los inconvenientes del bricolaje interprovincial ), cuando en la calle Gran Vía se ha subido un hombre al que echo unos cuarenta años, metro ochenta, rostro afable, ademanes nerviosos algo amanerados y la sensación de no saber muy bien si tomaba la dirección adecuada. Tras preguntar al conductor si pasaba por la calle O´Donnell y no quedar excesivamente convencido con la respuesta, se ha sentado en el asiento anterior al mío, se ha girado y me ha interpelado.
- ¿ De dónde viene este autobús, girando donde ha girado ?
- Viene por San Bernardo, su inicio está en Cuatro Caminos.
El hombre ha asentido con la cabeza, mirando hacia adelante y jugueteando con un papel entre los dedos que, en una mirada rápida, me ha dado la impresión de ser un plano del metro ( cerrado, por supuesto, que si hubiera estado abierto no iba yo tan borracho como para no haberlo reconocido ). De inmediato ha vuelto a girarse hacia mí y, con una voz queda que me costaba oír por el traqueteo del vehículo, ha iniciado el diálogo que os relato a continuación :
- ¿ Y a ti te merece la pena ?
- ¿ Perdón ?
- Si te merece la pena volver a estas horas.
Recuperado de la sorpresa y pensando que iba a escuchar un discurso de buenas costumbres aderezado con sentencias morales ( el otro día me entraron dos señoras de los testigos de Jehová que me dieron candela y cada vez que se me acerca alguien desconocido ya erizo el lomo como los perros apaleados ) he intentado ser cortés.
- No lo suelo hacer a menudo.
- Ya pero ahora ya no descansas y mañana pierdes el día, ¿ no ?
- Al ser una cosa esporádica...
- Porque tú, por ejemplo, ¿ a qué hora te levantarás mañana ?
- Pues seguramente a la de siempre, sobre las nueve y media.
He obviado decir que todo esto ocurría alrededor de las cinco de la mañana. En ese momento el hombre ha pensado que había encontrado un filón.
- ¿ Me puedo sentar a tu lado ? Es que me apetece hablar...
- Por supuesto.
Me he hecho a un lado para dejarle pasar puesto que yo ocupaba el asiento de pasillo al tiempo que pensaba " a ver dónde acaba todo esto ". Tras sentarse a mi vera en un lapso de tiempo imperceptible que me ha creado la duda de que tuviera el don de atravesar los cuerpos inertes ( y temer qué no haría con el mío ) ha continuado con lo que ya era un interrogatorio manifiesto.
- ¿ Y eso ?
- Bueno, soy algo insomne y me cuesta salir de los horarios de costumbre.
- Vaya por Dios, eso debe de ser terrible.
- Bueno, a todo se acostumbra uno...
- ¿ Te pasa desde hace mucho ?
- Casi toda la vida.
- ¿ También de pequeño ? Eso es más extraño. ¿ Y cuánto duermes ?
- No es tanto el número de horas como el hecho de despertarme a menudo.
- Pero, ¿ cuántas horas serían entonces ?
- No sé, siete u ocho...la verdad es que así dicho duermo un huevo - y me he sentido tan gilipollas como en el sketch de Faemino y Cansado del psiquiatra y el insomne salvacorderos - pero es porque me levanto tarde por los horarios de trabajo.
Toma salida, ahí se ha notado la ayudita de Johnnie Walker.
- ¡ Ah ! ¿ Trabajas ? ¿ Ya no estudias ?
Esa pregunta me ha reconfortado al intuir que el hombre me suponía menos años de los que tengo realmente.
- No.
- Ya se te pasó el momento.
Y ahí se me ha ido la alegría al garete al reparar en la carga de profundidad que llevaba la frasecita, lo cual me ha dejado ciertamente aturdido y el hombre ha continuado.
- ¿ En qué trabajas ?
- Soy fisioterapeuta.
- ¡ Ah ! Te pasas el día...
Acompañando las palabras con el gesto de masajear con las manos.
- Sí, toqueteando brazos y piernas tullidos.
Iba a decir miembros pero como todavía no sabía de qué iba la vaina, me he cuidado muy mucho de utilizar vocabulario susceptible de equívocos. Porque mientras la conversación seguía su curso, el hombre miraba hacia todos lados como los perrillos de las praderas cuando salen de sus guaridas y temen la aparición de un coyote hambriento. De hecho en algunos momentos he considerado que no me estaba escuchando, lo cual, dada mi falta de autoestima actual me ha llevado a pensar que ya aburro hasta a los frikis.
- Claro, ahora eso está de moda.
- Bueno, trabajo hay pero el boom fue hace ya tiempo.
- Hombre, con la cantidad de gente que practica ahora deporte...
Y ya puestos a aburrirle, le he soltado el "speach" del tipo de clientela que suele acudir a nuestros servicios, con lo que el hombre me ha cortado y ya ha ido al grano.
- ¿ Y estás contento con lo que ganas ?
- Bueno, uno nunca está satisfecho con su sueldo...
- ¿ Cuánto ganas ?
He visto al tío bajándose en mi parada y despellejándome para quedarse con mis pocos eurillos y me ha entrado el tembleque, pero me he gustado y he optado por aguantar el tipo.
- Depende del volumen de trabajo.
- ¿ De qué horquilla hablamos ?
Ayyy...
- Pues no sé, entre 1200 y 2000.
- No está mal...ah, pero serás autónomo.
- Sí, de ahí la variabilidad.
- Claro, entonces no cobras extras ni vacaciones...
- Esa es la gran trampa.
- ¡ Qué chungo entonces !
En ese momento hemos entrado en O´Donnell y el hombre, disculpándose, ha aparecido junto a la puerta de bajada con la misma velocidad que se había sentado confirmándome que no se regía por las leyes físicas de este mundo.
- Tío, lo siento, me tengo que marchar, espero que duermas bien.
- No lo creo.
Estoy tan metido en el rollo negativismo que me ha salido del alma, aunque luego me he avergonzado de intentar despertar lástima en un desconocido. Me lo tengo que hacer mirar...
- Date una ducha bien caliente cuando llegues, eso te relajará.
He pensado que más bien me la tenía que dar fría, pero esa es otra historia. Aun así me ha hecho sonreír.
- ¿ Haces deporte ?
- Sí, juego al fútbol.
- Mira, eso te sirve para llegar cansado.
- No, si ya he probado todos los métodos. Supongo que es una cuestión de tensión emocional, estás nervioso y la cabeza trabaja en exceso, con lo que no te relajas.
- Enhorabuena, tío, me alegro de que tengas tan claros los motivos de tu insomnio.
- Ahora hay que buscarles remedio.
- Mira, lo mejor que puedes hacer es buscarte pareja y dormir con ella.
Y con esa última frase lapidaria se ha bajado. Toma ya. Así que en un momentito, lo que tarda un autobus en recorrer Gran Vía y Alcalá, el hombre ha diseccionado mi espíritu con pulso de cirujano.
Y lo jodido es que encima me sonaba su cara vagamente...

miércoles, 21 de febrero de 2007

Miércoles de cenizas

El temblor. La agonía. El corazón sin latido.
La muerte que avanza en vaharadas.
La luna se ausenta con el niño
raptado con tretas de canallas.
El silencio. La bruma. El bosque sin trinos.
El recuerdo que sube hasta la Alhambra.
El tiempo impone el cruel castigo
del reflejo en tus ojos de Granada.
El duelo. La ausencia. El reino extinguido.
El cambio que anuncia la mañana.
La brisa juguetea con los rizos
amantes ayer de tu garganta.
El frío. La lluvia. El lecho vacío.
El hueco que dejas en mi cama.
Un beso perdido pide asilo
en la funda empapada de tu almohada.
El miedo. La angustia. La voz del testigo.
El futuro que juega con mi alma.
La ruleta dispara en mi destino
cercenando la esperanza con su bala.
El llanto. La pena. El sueño proscrito.
La tristeza que no me da la espalda.
La sonrisa concede a su asesino
ese último voto de confianza.
El ocaso. La noche. La luz del retiro.
La mano que baja las persianas.
La caricia estrella su apetito
contra el muro en torno de tu falda.
El alud. La caída. El mundo sin hilos.
La estrella que se apaga en la cañada.
La ilusión abandona ya el camino
de las huellas formadas con tu marcha.
El fuego. La pira. El humo maldito.
La hoguera que engulle mis entrañas.
Ruge fuera un viento levantisco,
nicho de mis cenizas malogradas.
El vacío. La nada. Adiós, amor mío.

martes, 13 de febrero de 2007

La entrada condenada

Hoy la entrada viene hablando de viajes, de descensos a los infiernos, de dudas y decisiones, de rutas desconocidas, de destinos por descubrir. Hoy la entrada trata sobre ti, o sobre mí, no lo sé bien.
Sobre por qué estás en mi mundo, en el mundo ya lo sé, todos somos necesarios y criaturas de Dios, todos cumplimos nuestros objetivos sin saber muy bien cuáles son, todos vagamos por senderos cuyos lindes entrelazan con los del resto de la humanidad. Pero, ¿ por qué tu camino choca con el mío, intentando fundirse en uno ? ¿ Somos dueños de esos senderos y los dirigimos como si de un carro se tratase o realmente nos agarramos a los bordes para no volcar ante los vaivenes veleidosos que, como en la montaña rusa, nuestro camino quiera trazar ? No sé lo que prefiero, la libertad absoluta o el destino premarcado, la decisión consciente de su propia inconsciencia o la obediencia preñada de rebeldía latente, saber lo que quiero o querer lo que sé.
Es una entrada caprichosa, no se atiene a reglas ni a convenciones, no entiende de tramas y la ilación le supone el mismo desvelo que a un niño el origen del universo. A ese niño le intriga el devenir, no el pasado pues éste no ocupa más que una lenteja en la encimera y el futuro late más allá de los bordes. A mi niño no le convencen las buenas intenciones, sólo quiere saber qué va a ser de él, qué va a ser de mí. Niño bueno, duerme tranquilo que mañana llega pronto y tú estarás ahí.
Pero yo no sé si tú estarás ahí, esta entrada no me lo dice, me sigue hundiendo en las puertas del infierno, de la duda y la indecisión, en las aguas revueltas de mi cabeza, en el frío invierno de mi corazón rodeado de los glaciares que fueron. Se deshacen los polos, dicen, suben las aguas, exponen, el planeta cambia y yo no puedo tomar la decisión correcta por frío, por excesivo calor, por atenerme al pasado, por temblar de presente, de cuerpo presente como los dinosaurios, por temer al futuro y escapar del frío, del excesivo calor, de acabar como esos dinosaurios.
Sí, es una entrada de viajes, de huidas al sol del atardecer, a poder ser hacia el este para que ese astro nos guarde las espaldas y no dudemos de la dirección tomada. Bueno, mejor para que no nos ciegue. No nos ciegue aún más y debamos recurrir a los sentimientos para decidir, a los pálpitos del cuerpo sensible que nos otorgaron y nos empuja contra la razón. Razón recta, razón firme, razón que llevas razón, ¿ dónde te separaste del afecto para domeñar su furia y crear puntos cardinales en la vida ? Nuestra vida, o ya no, nuestro futuro quizá aún.
Cruel entrada esta que cabalga solitaria, ritmo irreprochable bajo sus cascos, hacia un destino marcado, no como las cartas de una partida de póquer ilegal sino como los toros de una ganadería prestigiosa cuyo final aúna la tragedia y la grandeza, donde la primera alimenta con brotes de lirismo a la segunda. Y hacia ese culmen nos dirigimos, me dirijo, ya te he dicho que no sé bien quién protagoniza la entrada, quién adopta el sujeto ni si este es paciente o "faciente". Y puede que radique ahí el problema, en la paciencia o en la cara, en mantenerla o en romperla, en escapar o en arrostrar las consecuencias.
En elegir, en decidir, en tomar el camino marcado de la entrada, nos lleve hacia donde vaya, nos hunda o nos eleve, encontremos o escapemos, vivamos, sintamos, padezcamos, gocemos, ¿ adónde vamos ? La pregunta sin respuesta toca a la puerta de la mente, se ha marchado, del corazón, ha dimitido, de las piernas, gastan poco los zapatos. Tus zapatos. Esos que te alejan y te acercan, que te frenan y te embalan, que me pisan y me marcan, que te elevan por encima de mi cara, cosa de poco mérito pues soy pequeño y tiendo a encogerme con el sueño. Esos zapatos que marcan el paso de la entrada, la dirigen a su destino con la meticulosidad del comandante recién licenciado, ya se sabe que los viejos tiran de experiencias, se fían de las sensaciones tantas veces repetidas, prefieren las lecciones de la vida que la técnica académica.
Y uno se hace viejo e inadaptado, reniega de los viajes, huye de las decisiones, se asusta de lo cerca que aparece el infierno y duda de haber podido cambiar el destino, de haber poseído en algún momento el timón de la nave, de haber conocido por asomo las corrientes submarinas, de haber aprovechado al menos las rachas de viento favorables, de haber sentido el dominio de la propia existencia. ¿ Quién lo tuvo entonces ?
Escapa la entrada hacia su ocaso sin esbozar una respuesta, echa la vista atrás y el viaje amontona cientos de instantáneas aderezadas con el regusto de su parcialidad. De tu parcialidad. De mi sempiterna indecisión, de mi miedo, de mis fobias, de mis escasos recursos para buscar soluciones, de mi torpeza, de mi ingenio para recordar chistes que no vengan a cuento, de mi alma. De mi alma, tanto tiempo denostada, que ahora eleva una plegaria con la muerte de esta entrada anegada de entropía.
De entropía, de caos, del caos de no saber la decisión, de no conocer las dudas, de saberte lejos, de saberme cerca, de no creer más allá de lo que ven mis ojos, de no ver más acá de mis propias creencias, de escatimar fuerzas, de huir del futuro, aferrarme al pasado, escribir tendenciosamente acerca del presente, de buscar razones en el reino del afecto, de sumar caos al caos.
Aquí yace, pues, esta entrada, condenada desde su nacimiento a vagar por los confines del averno.

martes, 9 de enero de 2007

La frase

Frase textual con la que fui obsequiado el domingo :
" ¿ Recuerdas aquellos botellones que hacíamos a los dieciocho años y donde nos lo pasábamos tan bien ? Pues ya estás más cerca de los cuarenta que de esos botellones. "
Así que, por más que me pongo a escribir relatos optimistas e historias positivas como me prometí a mí mismo con la entrada del año, mi mente regresa inevitablemente a la frasecita de marras y no sé si hundirme en la nostalgia tipo Rachel en similar situación o montarme un botellón en el parquecito de debajo de mi terraza...
Y el hecho es que cuando se reunen los vecinitos ahí debajo a darle a la frasca a mí me molestan sus gritos, me preocupa su embriaguez y me sorprende su incapacidad de sentir frío, al mismo tiempo que me acurruco en el sillón con la mantita alrededor de mi torso, me fijo en el polvo que acumula la estantería y me sumerjo interesado en el canal economía para constatar el susto que me pegará el Euribor en la próxima revisión.
Quizá no ande tan descaminado el autor de esa frase, quizá no sólo sea una cuestión numérica, quizá ya no desee con tanta vehemencia la llegada de Gandalf a la ciudad, quizá ya no retire hastiado la mirada de los bebés que me presentan, quizá ya prefiera la luz del día a los rigores de la noche. Y esto último además ni siquiera tiene lógica puesto que a la luz se ven más las arrugas, los sinsabores, las cicatrices de la vida ( corta vida, ya lo sé, pero van quedando lejos esos botellones...). Y la firmeza, la determinación, la sonrisa de la experiencia previa. No, no siempre la lógica posee la verdad.
Ladran luego cabalgamos. Quizá ya esté en disposición de dejar huellas, quizá tenga la llave de puertas desconocidas hasta ahora, quizá el alcohol de esos botellones sea la adrenalina actual de mis células, quizá deba brindar con mis vecinitos desde mi terraza por su recién estrenado futuro, por mi recién estrenado presente, por nuestro recién recordado pasado.
Y dar las gracias por esa frase. Por todas las frases que llevo oídas en treinta años y por todas las que espero oír, leer, escribir, recitar...sentir.
Sí, quedan lejos esos botellones, muy lejos, pero en el Garito siguen poniendo pipas, la Chica de Ayer no es de Enrique Iglesias ( al que le sorprenda, por Dios que abandone este blog inmediatamente ) y a Marty Mcfly no le tiembla el pulso.
Y lo que queda.