miércoles, 21 de febrero de 2007

Miércoles de cenizas

El temblor. La agonía. El corazón sin latido.
La muerte que avanza en vaharadas.
La luna se ausenta con el niño
raptado con tretas de canallas.
El silencio. La bruma. El bosque sin trinos.
El recuerdo que sube hasta la Alhambra.
El tiempo impone el cruel castigo
del reflejo en tus ojos de Granada.
El duelo. La ausencia. El reino extinguido.
El cambio que anuncia la mañana.
La brisa juguetea con los rizos
amantes ayer de tu garganta.
El frío. La lluvia. El lecho vacío.
El hueco que dejas en mi cama.
Un beso perdido pide asilo
en la funda empapada de tu almohada.
El miedo. La angustia. La voz del testigo.
El futuro que juega con mi alma.
La ruleta dispara en mi destino
cercenando la esperanza con su bala.
El llanto. La pena. El sueño proscrito.
La tristeza que no me da la espalda.
La sonrisa concede a su asesino
ese último voto de confianza.
El ocaso. La noche. La luz del retiro.
La mano que baja las persianas.
La caricia estrella su apetito
contra el muro en torno de tu falda.
El alud. La caída. El mundo sin hilos.
La estrella que se apaga en la cañada.
La ilusión abandona ya el camino
de las huellas formadas con tu marcha.
El fuego. La pira. El humo maldito.
La hoguera que engulle mis entrañas.
Ruge fuera un viento levantisco,
nicho de mis cenizas malogradas.
El vacío. La nada. Adiós, amor mío.

martes, 13 de febrero de 2007

La entrada condenada

Hoy la entrada viene hablando de viajes, de descensos a los infiernos, de dudas y decisiones, de rutas desconocidas, de destinos por descubrir. Hoy la entrada trata sobre ti, o sobre mí, no lo sé bien.
Sobre por qué estás en mi mundo, en el mundo ya lo sé, todos somos necesarios y criaturas de Dios, todos cumplimos nuestros objetivos sin saber muy bien cuáles son, todos vagamos por senderos cuyos lindes entrelazan con los del resto de la humanidad. Pero, ¿ por qué tu camino choca con el mío, intentando fundirse en uno ? ¿ Somos dueños de esos senderos y los dirigimos como si de un carro se tratase o realmente nos agarramos a los bordes para no volcar ante los vaivenes veleidosos que, como en la montaña rusa, nuestro camino quiera trazar ? No sé lo que prefiero, la libertad absoluta o el destino premarcado, la decisión consciente de su propia inconsciencia o la obediencia preñada de rebeldía latente, saber lo que quiero o querer lo que sé.
Es una entrada caprichosa, no se atiene a reglas ni a convenciones, no entiende de tramas y la ilación le supone el mismo desvelo que a un niño el origen del universo. A ese niño le intriga el devenir, no el pasado pues éste no ocupa más que una lenteja en la encimera y el futuro late más allá de los bordes. A mi niño no le convencen las buenas intenciones, sólo quiere saber qué va a ser de él, qué va a ser de mí. Niño bueno, duerme tranquilo que mañana llega pronto y tú estarás ahí.
Pero yo no sé si tú estarás ahí, esta entrada no me lo dice, me sigue hundiendo en las puertas del infierno, de la duda y la indecisión, en las aguas revueltas de mi cabeza, en el frío invierno de mi corazón rodeado de los glaciares que fueron. Se deshacen los polos, dicen, suben las aguas, exponen, el planeta cambia y yo no puedo tomar la decisión correcta por frío, por excesivo calor, por atenerme al pasado, por temblar de presente, de cuerpo presente como los dinosaurios, por temer al futuro y escapar del frío, del excesivo calor, de acabar como esos dinosaurios.
Sí, es una entrada de viajes, de huidas al sol del atardecer, a poder ser hacia el este para que ese astro nos guarde las espaldas y no dudemos de la dirección tomada. Bueno, mejor para que no nos ciegue. No nos ciegue aún más y debamos recurrir a los sentimientos para decidir, a los pálpitos del cuerpo sensible que nos otorgaron y nos empuja contra la razón. Razón recta, razón firme, razón que llevas razón, ¿ dónde te separaste del afecto para domeñar su furia y crear puntos cardinales en la vida ? Nuestra vida, o ya no, nuestro futuro quizá aún.
Cruel entrada esta que cabalga solitaria, ritmo irreprochable bajo sus cascos, hacia un destino marcado, no como las cartas de una partida de póquer ilegal sino como los toros de una ganadería prestigiosa cuyo final aúna la tragedia y la grandeza, donde la primera alimenta con brotes de lirismo a la segunda. Y hacia ese culmen nos dirigimos, me dirijo, ya te he dicho que no sé bien quién protagoniza la entrada, quién adopta el sujeto ni si este es paciente o "faciente". Y puede que radique ahí el problema, en la paciencia o en la cara, en mantenerla o en romperla, en escapar o en arrostrar las consecuencias.
En elegir, en decidir, en tomar el camino marcado de la entrada, nos lleve hacia donde vaya, nos hunda o nos eleve, encontremos o escapemos, vivamos, sintamos, padezcamos, gocemos, ¿ adónde vamos ? La pregunta sin respuesta toca a la puerta de la mente, se ha marchado, del corazón, ha dimitido, de las piernas, gastan poco los zapatos. Tus zapatos. Esos que te alejan y te acercan, que te frenan y te embalan, que me pisan y me marcan, que te elevan por encima de mi cara, cosa de poco mérito pues soy pequeño y tiendo a encogerme con el sueño. Esos zapatos que marcan el paso de la entrada, la dirigen a su destino con la meticulosidad del comandante recién licenciado, ya se sabe que los viejos tiran de experiencias, se fían de las sensaciones tantas veces repetidas, prefieren las lecciones de la vida que la técnica académica.
Y uno se hace viejo e inadaptado, reniega de los viajes, huye de las decisiones, se asusta de lo cerca que aparece el infierno y duda de haber podido cambiar el destino, de haber poseído en algún momento el timón de la nave, de haber conocido por asomo las corrientes submarinas, de haber aprovechado al menos las rachas de viento favorables, de haber sentido el dominio de la propia existencia. ¿ Quién lo tuvo entonces ?
Escapa la entrada hacia su ocaso sin esbozar una respuesta, echa la vista atrás y el viaje amontona cientos de instantáneas aderezadas con el regusto de su parcialidad. De tu parcialidad. De mi sempiterna indecisión, de mi miedo, de mis fobias, de mis escasos recursos para buscar soluciones, de mi torpeza, de mi ingenio para recordar chistes que no vengan a cuento, de mi alma. De mi alma, tanto tiempo denostada, que ahora eleva una plegaria con la muerte de esta entrada anegada de entropía.
De entropía, de caos, del caos de no saber la decisión, de no conocer las dudas, de saberte lejos, de saberme cerca, de no creer más allá de lo que ven mis ojos, de no ver más acá de mis propias creencias, de escatimar fuerzas, de huir del futuro, aferrarme al pasado, escribir tendenciosamente acerca del presente, de buscar razones en el reino del afecto, de sumar caos al caos.
Aquí yace, pues, esta entrada, condenada desde su nacimiento a vagar por los confines del averno.