miércoles, 20 de junio de 2012

El Gran Onofre

Hace unos días recogimos un polluelo de gorrión en el patio de la casa de mis padres. Era ya volantón y había caído desde los nidos que hay en la azotea, hasta las cuerdas de tender la ropa en el primer piso. Los padres le animaban a remontar, pero yo, que ya he encontrado algunos cadáveres en ese patio, cometí, quizá, el error de cogerlo. Lo metimos en una jaula y lo llevamos a casa.
Al principio estaba muy agitado y temeroso. No permitía que te acercaras, revoloteando y piando desesperado. Pero luego empezó a tolerarnos, sobre todo cuando descubrimos qué comida le gustaba. Todos los días probábamos a ofrecerle cosas nuevas, algunas le entusiasmaban y otras las rechazaba. Le dejábamos la jaula abierta para que volara por el salón con libertad y le diseñamos un nidito con un gorro de lana situado en un recodo del sillón.
Allí dormía todas las noches y de allí nos despertaba a las siete de la mañana. Antes del fin de semana hubo una jornada en que no comía nada y temimos que anduviera enfermo o deprimido. Le habíamos visto picotear una planta de pascua que tenemos sobre la mesa del salón e indagando por internet descubrimos que esa planta es tóxica. así que la retiramos de allí y Onofre, porque ese era su nombre según nos refirió cierta tarde de confidencias, recuperó el apetito y las ganas de volar.
LLegamos así al fin de semana y a la libertad momentánea de esos dos días, donde pudimos compartir muchas más horas con él. Fueron los mejores momentos. Había desarrollado una tolerancia hacia nosotros que le alejaba unos centímetros de tu mano si se la acercabas demasiado, pero sin asustarse ni piar. Si acaso te daba un picotacillo cariñoso, como si quisiera decir, "ahora no, pesado". Pero una sobremesa decidió subirse en nuestro hombro y jugar con nosotros . Ya éramos una familia. Al día siguiente repitió la maniobra cariñosa y pensamos que habíamos logrado sacarle adelante, ya comía solo, e integrarle en la casa.
Pero la semana empezó mal, se despertó más tarde de lo habitual y luego estuvo solo todo el día, pues coincidió con el partido de España y una presentación vespertina de un trabajo. A la mañana siguiente no salía del nido, no comía apenas y parecía falto de energía. Pensamos que podía haber añorado nuestra presencia, al fin y al cabo son animales gregarios y él no había estado solo nunca. El hecho de que se subiera en nosotros a esa hora en vez de lanzarse sobre la comida como en días anteriores nos llevó a ese dictamen.
Dictamen erróneo porque por la tarde no quería contacto ni comida ni nada salvo recogerse en su nido y dormitar. Esta mañana la actitud era la misma y hemos llamado al veterinario. Está enfermo. Le he tenido una hora en mis manos dándole calor e intentando que comiera, pero todo su afán era arrebujarse y dormir. Ese rato he sufrido como hacía tiempo. Me sentía culpable por habérmelo llevado de sus padres, por no saber cuidarle, por no reconocer sus síntomas, por el miedo a que muriera...
Le hemos llevado a Grefa ( grupo de rehabilitación de la fauna autóctona, www.grefa.org/ ) y allí lo hemos dejado, en su hospital, para que lo recuperen, si es posible, y lo retornen a la naturaleza. Sé que es lo mejor para él pero yo estoy triste. Ya me había acostumbrado a su presencia, a su curiosidad, a su piar matutino. Me impacientaba en el trabajo por volver a verlo, me divertían sus vuelos inseguros, me preocupaba su alimentación ( hasta el punto de haber salido de caza a un hormiguero para proporcionarle proteínas ). Aún no he vuelto a casa desde que él no está, pero lamentaré su ausencia según entre por la puerta y mi pregunta no sea "¿cómo está Onofre?".
Alguien ha apuntado que es un síntoma inequívoco de que mi cuerpo me pide descendencia. Puede ser, pero la quiero con la capacidad de volar, y no dudaré en probar sus aptitudes. Quizá Michael Jackson también tuviera un gorrión de pequeño...
Onofre , te vamos a echar de menos.