martes, 12 de febrero de 2013

Violencia

Hace algo más de dos años, Silvio Berlusconi superaba una moción de censura gracias a los escandalosos votos de varios miembros de partidos opositores. Ese día hubo disturbios en varias ciudades italianas, destacando los de la capital, Roma. Aún existía entonces la cadena de noticias CNN+, donde el periodista Iñaki Gabilondo presentaba por las noches un programa de debate.
Esa noche el programa comentaba todo lo ocurrido en Italia. Uno de los tertulianos, a la vista de las imágenes de cargas policiales y contenedores ardiendo, inició una argumentación donde deslizaba cierta simpatía por los hechos. Inmediatamente fue reprendido por los demás, Gabilondo incluido, al grito de "la violencia, jamás" y a pesar de sus intentos de explicación, no le permitieron seguir con su exposición.
Y a mí me jodió. Porque le entendía perfectamente. No sé lo que ese hombre quería decir, pero me lo imagino. Y en cualquier caso, aunque me equivoque, sé lo que yo diría en su caso, que es lo que voy a decir ahora.
Odio la violencia. Me descoloca. Me indigna. Me aterra. Una vez arranca la violencia, nadie sabe cuándo ni dónde terminará. El uso de la violencia es una derrota del ser humano, una claudicación a nuestros instintos animales, un retroceso en la evolución. Pero a veces la violencia es el único camino que queda cuando se han negado todos los demás. Me explico.
En una democracia hay varios canales de participación ciudadana:
- el más obvio es el voto; mediante el sufragio cada ciudadano puede depositar su confianza en un representante que, previamente, ha expuesto cuál será su postura en los problemas que atañen a ese ciudadano. Se supone que es un contrato. Pues bien, en ese caso concreto de la moción de censura contra Berlusconi, al menos dos diputados del partido más "antiberlusconi" del hemiciclo, votaron a favor del presidente, supuestamente comprados. A la mierda una vía ciudadana de influir en la política.
- otro canal es la manifestación callejera; perfectamente reglamentada y respetada por los partidos como vía inmediata (los comicios suelen ser cada cuatro años) de conocer el sentir popular. Podéis elegir el ejemplo que más os guste de manifestación multitudinaria (si queréis nos quedamos con la de la guerra de Irak, donde se hablaba de un 90 % de españoles en contra de la intervención)  que no ha servido para nada. Las huelgas generales serían una variante excesivamente contaminada de política, aunque su resultado suela ser el mismo.
- un tercer canal es el de las iniciativas legislativas ciudadanas; se recogen firmas apoyando tal o cual idea con el objeto de que se discuta (ojo, que se discuta, no que se aprueben, que esa potestad siguen ejerciéndola los diputados) dicha iniciativa en el congreso.
Esta tercera vía es la que ha provocado mi indignación. Esta tarde se presentan en el congreso 1400000 firmas (un millón cuatrocientas mil) para la creación de una ley que permita la dación en pago, la moratoria de los desahucios y el fomento del alquiler social.
Pues bien, la iniciativa ni siquiera se va a debatir en nuestra supuesta casa del pueblo (así llaman con cinismo mayúsculo a veces al congreso) porque un partido político se ha negado. Y como tiene mayoría, ajo y agua. ¿Qué te queda entonces, cuando has agotado las vías democráticas y la injusticia sigue presente? Hace unas entradas, hablaba de la violencia surgida a raíz de los desahucios ( Nobel-de-la-¿paz? ). Esta mañana se ha conocido un nuevo caso de suicidio relacionado con un desahucio. Una fuente me informa de que en Canarias han vetado el tema en los medios de comunicación para no alarmar a la población.
Ya no hablamos de vivir con menos, de acostumbrarnos a un nivel de vida inferior. Hablamos de no tener qué comer, dónde cobijarte, cómo sacar adelante a tus hijos. Hablamos de sobrevivir. Y cuando uno está a punto de morir, se defiende con uñas y dientes. Y es capaz de matar (de hecho, hoy sí que llega al Congreso otra iniciativa popular para considerar la fiesta de los toros Bien de Interés Cultural; el toro, ese animal herbívoro que, al verse acorralado, se defiende con bravura. Qué paradoja, ¿no?).
¿Por qué eligieron matarse a sí mismos? No lo sé. Quizá por miedo, o por bloqueo, o por preferir hacerse daño ellos que hacérselo a los demás. Pero según aumenten las personas afectadas, quizá surjan quienes elijan provocárselo a quienes les han llevado a esta situación. Y con actitudes arrogantes como la de esta tarde, resulta difícil no apuntar hacia los integrantes de esa casa del pueblo: porque ellos ejercen la violencia del poderoso, tan aplastante que, al final, no te queda más remedio que recurrir a esa misma arma demoníaca: violencia, violencia, violencia...
Y una vez encendida la mecha, que Dios nos coja confesados. Hasta su representante en la Tierra ha dimitido. Cómo tenía que verlo de difícil.

PD : esta entrada fue escrita al mediodía, pero no la publiqué porque no me dio tiempo a revisarla. Cuando llego a casa me encuentro que ha habido dos suicidios más (un matrimonio de jubilados en Mallorca) y que el partido que estaba en contra de la presentación de la proposición de ley ha reculado en el último momento y se presentará. Violencia, violencia, violencia... 

lunes, 4 de febrero de 2013

Dimito

Busco país de acogida. Los interesados, por favor, pónganse en contacto con este blog. En el perfil está reseñada la dirección de correo.
A cambio ofrezco espíritu crítico, cierta distancia irónica e ilusión. Toda la ilusión que me están robando. Porque da pena escuchar las noticias y da asco comentarlas con quienes deberíamos indignarnos ante ellas. Porque nos hemos puesto una camiseta y no nos la quitamos a pesar de asistir a la venta de los jugadores, el desmantelamiento del estadio y la mofa de la directiva. Porque aquí la democracia es una mascarada.
Y no, no voy a hablar de los políticos. De ellos ya hablamos demasiado a lo largo de la jornada. De ellos y de sus correrías, no de las decisiones que toman para sacarnos del hoyo en el que nos hemos metido (entre todos, sí, pero con ellos al timón del barco). Voy a hablar del pueblo, del legítimo dueño del poder en una democracia. Porque, ¿es eso lo que significa, no?
El poder del pueblo. Tan grave y redondo es su significado. Pero el poder hay que saber administrarlo y estamos demostrando que nos queda grande la empresa. No estamos maduros. No sabemos exigir responsabilidades. No sabemos castigar la ineptitud. No sabemos condenar la incuria. No sabemos expulsar a los indignos. Sólo sabemos, y vaya si lo ejercemos, quejarnos de la falta de democracia. Menuda desfachatez la nuestra.
Así que nos quejamos de que nos falta poder al pueblo: porque eso implicaría una falta de democracia, al fin y al cabo. Y es cierto que los mecanismos podrían ser mejores: listas abiertas, circunscripción única electoral, aumento de referendums... Seguramente alguna de estas alternativas u otras similares mejorasen la calidad democrática en España.
Pero, no nos engañemos, lo principal es el ejercicio de esa democracia: nuestra propia responsabilidad. Y no se queda únicamente en votar. Tras la visita a las urnas, debemos mantener vigilancia y exigencia continuas sobre los representantes elegidos. Si nos fallan, nos defraudan, nos mienten, nos engañan o nos roban, deberemos EXIGIRLES explicaciones primero, y BOTARLOS después. Pero, no, aquí no hacemos eso. Aquí los votamos de nuevo para premiarlos, para decirles claramente "siga, siga usted con sus chanchullos, continúe demostrando su negligencia porque cuenta con mi apoyo, mi connivencia y hasta mi simpatía". Y luego nos indignamos porque se burlan de nosotros. ¿Y qué esperamos?
Me recuerda a esas (por desgracia) abundantes relaciones donde, a cada desplante, a cada maltrato, a cada humillación responde la víctima con una mayor lealtad, una mayor obediencia, un mayor amor. Y cuando ésta ya no puede más y rompe la relación, en el turno de reproches, el dejado se justifica sorprendido "si yo lo hacía pensando que era lo que querías".
Pues yo no lo quiero. Así que me bajo. A la espera de algún otro tren que pase por aquí, seré apátrida. Y de Carabanchel.