martes, 6 de noviembre de 2012

La noche de los muertos vivientes

¿Cabe mayor sarcasmo macabro que una fiesta de los muertos vivientes donde acaben muertos varios de los vivientes? Habrá quien me tache de frívolo por bromear con un hecho luctuoso de esta naturaleza, aunque nada más lejos de mi intención. O sí, qué diablos. Al fin y al cabo me voy a servir de la macrofiesta y sus investigaciones posteriores para ilustrar la diversidad de la percepción humana.
En el recinto del Madrid Arena la organización estaba dispuesta para recibir a unas diez mil personas. Muchas, desde luego. En este tipo de eventos, las autoridades exigen unas dotaciones proporcionales de seguridad, emergencias y asistencia variada, sin la cual no tramitan el preceptivo permiso. Aquí se añade el agravante de que el recinto pertenece a la propia administración, quien debe asegurarse de que se cumple su propia normativa en temas de seguridad (como parece que no ocurría).
Después del trágico suceso, los asistentes preguntados decían que allí había mucha más gente de diez mil, que habían vendido entradas de más, que se habían colado muchos... No tengo ni idea de qué dicen ahora las investigaciones (o más bien las filtraciones de esas investigaciones que publique la prensa) ni tampoco me interesa. El morbo no me resulta atractivo y espero que, cuando se depuren responsabilidades (depurar... de puro manida esa frase es odiosa), si ha habido errores se pague por ellos sean quienes sean los infractores.
Mis tiros van por otro lado. ¿Cuántos son diez mil? ¿Cuánto ocupan diez mil? Depende de lo apretados que estén, claro. Aún así, ¿tenemos una referencia espacial con la que cuantificar gente? No lo creo. De hecho según nuestra percepción y el motivo que nos una (o nos desuna) a una masa de personas, nos forjamos una cifra u otra.
Alguno de los que salían de aquel infierno decía que allí había por lo menos veinte mil asistentes. Lógico, había pasado tanto miedo que diez mil se le hacían pocos. Sin embargo, la medida de cerrar el metro a la medianoche afectará a veinticuatro mil viajeros (según datos de la propia Consejería de Transportes de la Comunidad de Madrid), considerada una cifra residual.
Estoy mezclando churras con merinas, lo sé, pero sólo quiero incidir en lo variables que son las cifras según la percepción de cada cual. Un par de imágenes más: cuando un equipo de fútbol modesto sube a primera, suele invadirse el terreno de juego por una parte de los aficionados (que no son todos los que ocupaban las gradas). Pongamos una media de diez mil espectadores y que bajen al campo tres mil (en las imágenes raras veces se ve el césped tras la invasión), ¿no son muchos menos que los que estarían en el Madrid Arena y sin embargo las medidas de un campo de fútbol exceden a las de este recinto? En la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, hubo dos mil tamborileros con sus respectivos tambores atronando en una imagen que seguramente recordéis. Y el estadio era inmenso.
El ejemplo más tradicional de esto que cuento son las manifestaciones, donde la diferencia entre las cifras de los convocantes y las de las autoridades suelen ser llamativas. Bueno, llamativas cuando difieren en veinte mil asistentes, cuando unos dicen que han ido cincuenta mil y los otros millón y medio... Diferencia de percepciones, vamos.
Pero mi objetivo real es llamar la atención sobre el siguiente hecho:
- hemos dicho que para una fiesta donde iba a haber alcohol y drogas (¿alguien cree en serio que no las hubo?) y diez mil personas enfervorecidas, las medidas de seguridad requeridas eran X ( no me las sé y tampoco quiero buscarlas); según los periódicos, había 38 vigilantes privados y 12 policias municipales.
- en la primera manifestación del 25-S "toma el congreso", cuya participación fue cifrada por el propio gobierno en seis mil personas y no se suponía a priori que hubiera ninguna sustancia estupefaciente involucrada (ni se hizo mención posterior alguna, salvo si consideramos sustancia la indignación, claro), las dotaciones de antidisturbios fueron cuantiosas (en Público se hablaba de 1350; me bastan la mitad para dar colorido a mi texto). Pero claro, aquellos querían dar un golpe de estado.
- en la segunda manifestación del 27-O y ya con el nombre de "rodea el congreso", cuya participación fue cifrada por el gobierno en 3000 personas (y tampoco había indicio previo de sustancias euforizantes, salvo, claro está, los ínclitos y desabridos megáfonos), las dotaciones de antidisturbios superaban el millar. Aquí ya no había golpe de estado ni leches.
Luego algo me falla. O bien en esas manifestaciones se han pasado con la seguridad, o bien se exigen pocas medidas en cualquier otro tipo de evento multitudinario, por lo que lo ocurrido en la noche de Halloween podría repetirse en cualquier momento. Y hablaría bien a las claras del auténtico celo que en nuestra seguridad ponen quienes tienen que velar por ella. Porque recuerdo (a quien quiera recordar) que uno de los argumentos más esgrimidos para condicionar la participación de la opinión pública en esas manifestaciones es el excesivo gasto que supone para las arcas del estado la movilización de tanto policía. Y en esto no mienten: cuando no se trata de su propia seguridad, les basta con cincuenta seguratas (los municipales, en ocasiones y por desgracia, se comportan como tales).
Claro que también puede ser que yo, embriagado por mi chistecito del principio, haya utilizado la palabra percepción en vez de interés, que resultaría mucho más esclarecedora.

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